Alrededor de las 21:00 de la agradable noche sevillana del 11 de diciembre (el dios Mercurio nos había procurado una temperatura idónea para el acto), los señores mercuriales comenzaron a llegar al Hotel Las Casas del Rey de Baeza, en la calle Santiago. Para la ocasión, tras las oportunas gestiones de Amelia, el Hotel nos había preparado una zona dividida en tres partes: el "Salón de juegos", en el que se había dispuesto el mobiliario adecuado para la entrega de los premios, la "Biblioteca" (declarada -de forma un tanto alegal- zona de consumo de labores de tabaco) y la antesala de la misma; en estas dos últimas dependencias tuvo lugar el cóctel posterior a la entrega de los premios.
Entre los presentes, cabe destacar la elegancia generalizada de los mercuriales y, especialmente, de sus acompañantes, todas bellísimas; con su presencia y conversación la velada ganó muchos enteros.
Entre los caballeros primó la media etiqueta rebajada; la mayoría optó por chaqueta y corbata, aunque hubo también cuellos vueltos y chaquetas sin corbata. Ramón Simón, que había amenazado con acudir ora vestido de pirata, ora desnudo, acudió con un elegante terno azul marino y corbata a juego.Maribel, José Manuel, Lorenzo, Jesús, Ramón y José María
Antonio García Barbeito recoge el premio de manos de Juan Antonio
Tras recoger su premio, Antonio García Barbeito, muy agradecido, improvisó un discurso con las dosis justas de humor, profundidad y ternura, que dejó encantados a todos los asistentes. Comentó sus inicios en el campo, su pasión por jugar con la palabra, sus recelos iniciales al estar ante un grupo de profesores (cuando él siempre les tuvo un miedo ancestral), su labor en los medios de comunicación, excusa, afirmó, para poder escribir, que es su auténtica pasión. Sus palabras fueron ampliamente aplaudidas, con todo merecimiento.
A continuación, José Manuel Gómez cedió la palabra a José María Jurado para la presenatción del segundo de los galardonados, que mandó como representación a Antonio Gordo, al no poder acudir personalmente al acto. José María convocó al maestro Morante por medio de su discurso.
Para finalizar el acto, José Manuel volvió a tomar la palabra; al parecer, dejó caer algo acerca de su cargo de mantenedor, pero ninguno de los presentes nos dimos por enterados. Ni nos daremos.
El dibujante Pablo Pámpano hizo entrega de sendos cuadros a los premiados y, tras esta entrega, comenzó el cóctel.
Cerca de dos horas duró la tertulia posterior, con corrillos a cuál más interesante, especialmente los protagonizados por el premiado, Antonio García Barbeito, que hizo en todo momento gala de su generosidad, su cercanía, su inteligencia, su memoria poética, su personalísima voz.
Se comprometió a asistir a próximas tertulias e incluso -no sabes, Antonio, dónde te metes- a invitar a un cocido en su casa de Aznalcázar. Hay que destacar, igualmente, la amabilidad y simpatía de Mari Carmen, la mujer del homenajeado.
Pasada la medianoche, fuimos abandonando el hotel, algunos camino de sus casas, los más en dirección al Louvre, cercano bar de copas donde se prolongó la charla durante casi un par de horas más.
Todo contribuyó a que la velada resultase impecable: la temperatura ambiente, la temperatura humana, la cordialidad reinante, el lugar (entre solemne e íntimo).
Pecaría de incompleta esta crónica si no mencionásemos los exquisitos manjares que nos prepararon, extraordinarios de ser cierta la máxima gracianesca de lo bueno, si breve, dos veces bueno. Hasta cinco veces bueno, diría yo. Ayer fue la demostración de cómo es posible adelgazar acudiendo a actos sociales.
Nada enturbió la noche. Lamentamos la ausencia de algún mercurial (José Miguel, que sea la última vez; Javier, estuviste presente en nuestros pensamientos), del mismo modo que alguno que otro lamentará, probablemente, no haber acudido a escuchar lo que allí se dijo. El conjunto de la noche fue, como queda dicho, difícilmente mejorable.
Autor de las fotos, Toi del Junco.
Gracias, Toi.
Aquí, las palabras de José Manuel Gómez, el mantenedor.
Aquí, las palabras de Juan Antonio González, el secretario.
Aquí, las palabras de José María Jurado, el censor.